Visita Inesperada. ( la historia de Salem)

03.05.2012 15:45

 

Visita inesperada

Se acercaba el otoño y comenzaba la época del pejerrey.  El lugar por excelencia es la explanada de la escollera, pero personalmente creo que hay otros lugares donde poder pescar con el lengue o la currica. Uno de esos espacios es la explanada del Muelle de Punta carretas o la punta del caño en la misma ubicación.

Un domingo de mañana, del mes de Abril, con termo y mate y bien abrigado, partí a mojarrear un rato. Traté de no llegar muy temprano pues la mañana estaba fría. Tampoco muy tarde pues cuando el tiempo está bueno se llena enseguida de pescadores.

Al llegar al mencionado lugar, opté por esconderme de la brisa mañanera en la explanada del caño, en la punta rocosa pasando el faro.  Bajé mi bolso de tela de”jean” y el manojo de cañas. Lo primero fue abrir el tarro de ceba y prepararme a condimentar el agua. Tiré un poco aquí, y otro poco allá. Entonces me puse a tomar unos mates.

Comencé a armar las cañas de flor como a los 20 minutos. La primera de 4 metros con una bolla pequeña y un anzuelo más pequeño posible, era mi preferida.  Mientras armaba la segunda, comencé a sentir un alboroto en el agua. Miré y se trataba de majuga que ya se estaba haciendo presente, junto algún pejerrey un poco más grande. Lo que me hizo armar la caña grande para intentar sacar algún matungo. Volvía cebar otro poco el aguay y me di prisa, no quería perder un minuto más.

Corté la carnada en trozos pequeños y coloqué todo sobre la explanada como para tener los elementos al alcance de la mano. Cuando me fui a sentar, recordé que no había bajado el almohadón del auto, pues el piso todavía estaba frío. Subo por la pendiente hasta el auto y regreso. Cuando estoy volviendo me encontré algo inesperado. Se trataba de un gatito negro que me miraba con suma inocencia. No me considero el amante de los gatos, pero un animalito tan indefenso, que solo busca calor y comida, me dio un poco de tristeza.

Pasé por delante de él pero el pequeño gatito ni siquiera se movió.  Me senté donde  tenía todo pronto y antes de comenzar volví a cebar un poco más el agua. Bajo la caña y en menos de un segundo saqué la primera majuga. Levanté la caña y cuando voy a desprender al pez, el gato comenzó a maullar. Lo miré desconcertado, pues no podía creer que a la primera pieza, y ya me estuviera pidiendo de comer. Cuando fui a dejar la majuga en el tarro volvió a maullar. Esta vez me apiadé y se lo di. Volví a encarnar y cuando me disponía a lanzar la boya, maulló otra vez. Lo miré pensando que no había visto la pieza que le tiré, pero en realidad, el que no la vio fui yo, pues ya se la había tragado y quería más. Me dio un poco de gracia la situación. Salir de pesca para alimentar gatos de la calle, no era cosa de todos los días, pero parecía que hoy, alguien más tendría la panza llena.

Así fueron pasando los minutos y los peces que iban saliendo eran todos para el minino.Poco me importaba pues el agua hervía de peces.  Al principio parecía no tener un límite, comía y comía sin parar, por suerte la pesca era buena. Un rato después se apareció otro y después otro. Me empecé a reír pues en menos de quince minutos ya tenía ocho gatos más. Sin otra persona con la que compartir el momento y deseoso de que me dejaran pescar tranquilo, comencé a sacar pejerrey para toda  la pandilla. Les hablaba y hasta les había puesto nombres. Estaban, “ Pirata”, “Panzón”, Tomas”, “Gruñón”, “Nano”, tres más a los que los llamé “Hugo”, “Paco” y “Luis” y por supuesto el negrito que ya no estaba en el grupo, era “Salem”.  Al parecer ya se había llenado la panza y se había retirado.

Así se fue dando la primera parte de la mañana, en compañía de unos gatos que a pesar de la situación por la que pasaban, no habían sido atrevidos. Tampoco les había dado lugar a tal cosa. Porque antes de que me robaran la pesca o la carnada, los dejé con la panza llena.

Uno a uno se fueron echando al sol, contentos con el desayuno que les había propinado. Cuando de repente, totalmente distraído con los gatos, sentí como la caña de flor me tironeaba de las manos. Al mirar, encuentro que la boya no estaba y subí la caña. Mi sorpresa  fue ver como se clavó y no permitía que sacara el anzuelo del agua. Cuando afloró lentamente la línea, me quedé atónito al encontrar un hermoso lomo negro prendido del anzuelo de abajo y otro no tan grande del anzuelo de arriba. Lentamente subí la caña hasta la explanada y logré sacar semejantes piezas.

Aparte de mi asombro por las piezas, lo más cómico fue ver que ningún gato se movió de su siesta matutina. Volví a reírme solo, pues me dio gracia su falta de interés por los pescados. Volví a encarnar y volvía a sacar un par más. Armé la caña chica con una boya y un anzuelo un poco más grande y tiré a dos manos. Comenzaron a salir pejerrey de todos los tamaños. Salían de a uno y de a dos. Salían grandes, medianos y chicos. De repente el pique paró de forma abrupta. 

Unos 5 minutos después,  volvió a picar solo que ésta vez al intentar aferrar, el anzuelo desapareció y la línea saltó por los aires. Mi primera impresión fue la de un burel, así que cambié las líneas, a las que están preparadas con anzuelos de pata larga y una base de acero.  Puse una mojarra de carnada y en cuestión de segundos picó. La caña se dobló con toda la furia que el animal poseía. A medida que subía podía ver como se tensaba  la línea, hasta que logré sacarlo del agua. Se trataba de un burelón o como también se lo conoce, anchoa.

Uno tras otro se fueron dando de tal manera que no me daba tiempo a encarnar. Llegué a pescarlos solamente con el hilo de atar la carnada. Estaba tan emocionado que no me percaté que ya tenía compañía. Pero seguí sacando unos “planchones” hermosos.

 Enseguida se corrió el cuento de la pesca que se me estaba dando y unos minutos después tenía gente por todos lados.  A esa altura ya era cerca del mediodía  y llevaba sacados unos 35 bureles, otro tanto de pejerrey y todavía quedaba algo de majuga.

Lentamente fui juntando las cosas y llevándolas al auto, pues el día estaba hecho.  Junté todo como pude y me fui para mi casa muy contento con la pesca del día.

Al llegar a casa mi esposa estaba esperándome con el almuerzo. Mi fiel amigo “Toby” salió a recibirme a la puerta. Bajé las cosas y me dispuse a limpiar todo el desorden. Pero el almuerzo estaba caliente y era mejor tomar un respiro; la limpieza podía esperar. Me senté en la mesa con la familia y les relaté todo lo acontecido. A mitad de la historia sentí que Toby ladraba y ladraba sin cesar. Lo mandé callar un par de veces, pero seguía ladrando. Molesto porque no se callaba, me levanté de la mesa para ver que le estaba ocurriendo. Lo primero que vi era que le ladraba al bolso de pesca.  Así que le abrí el bolso a Toby para que viera que lo que había adentro eran solamente pescados. Pero la sorpresa me la llevé yo.

Cuando abrí la bolsa, la volvía cerrar. La volví a abrir y no lo podía creer. Se trataba de “Salem” el gatito negro que estaba en el muelle, había quedado dentro del bolso. Aparentemente por razones que desconozco, una vez que se llenó la panza se metió dentro del bolso a dormir, y yo sin saberlo, y apurado por salir, me lo traje. Entonces me pregunté.- ¿Y ahora? ¿Qué hago?

Después de meditarlo un rato entré con el pequeño gato escondido en mi espalda. Cuando todos me vieron entrar, enseguida me preguntaron, ¿Que había pasado y qué estaba escondiendo? Entonces con una sonrisa culpable, les mostré a “Salem”. Los chicos se abalanzaron sobre mí para arrebatármelo de las manos, con la frase característica.- ¿Lo podemos tener? Antes de soltarlo y dárselos, primero busqué la complicidad de mi esposa, porque al parecer, la familia se había agrandado sin querer. Lo llevamos al veterinario y lo hicimos atender de forma completa. Cuando llegó a la madurez, lo castramos.

Hoy en día, aquél pequeño gatito desnutrido,  es un gato enorme y saludable. Duerme con los chicos en la cama, aunque en invierno prefiere dormir frente a la estufa de leña. Corre libremente y juega todo el día con Toby, que después de un tiempo también empezó a quererlo. Cuando salgo de pesca, me espera hasta que vuelva. Cuando regreso me pide pescado como el primer día que lo conocí.

Haber adoptado aquél pequeño gatito en una mañana de invierno, me cambió la forma de pensar sobre los gatos que viven en el muelle. Lamentablemente no puedo traerlos a todos a casa, pero cada vez que voy de pesca, les llevo comida de la que le compro a Salem. Cuando sienten mi auto llegar saben que la comida llega, y aunque no pueda darles un hogar a todos, sé que puedo darles, un momento de felicidad en sus vidas.