Elcirujano

11.04.2012 17:45

 

El Cirujano.

Salir a pescar es un arte que pocos conocen, pero para aquellos que sí, resulta ser una pasión insustituible. Salir a pescar con amigos resulta la mejor opción, es un momento de distención y de cacharla amena entre gente que  se conoce y comparte el momento en buena companía. Si bien los momentos no son constantes, uno trata siempre de encontrar un hueco donde poder ir a tirar unas líneas. El trabajo, la familia, la locomoción y otros tantos percances hacen  que uno ni siquiera se cuestione salir a pescar. Aunque hay veces que si la compañía no se presenta, igualmente nos lanzamos a cualquier pesquero que nos permita pasar el rato, y si hay pesca, mejor.

Entrada la tardecita de un viernes a fines de noviembre, me dirijo a pasar un momento a la rambla de Montevideo. Para ser  preciso la idea es parar en “la chimenea”, hermoso  pesquero de piedras casi donde comienza la escollera “Sarandí”. Y cabe aclarar que ésta vez se trataba de un momento de pesca donde no encontré compañía.

El día estaba despejado, el agua tenía el mejor aspecto, el sol radiaba calor a pesar que faltaba poco para el ocaso, y el viento era suave desde el sur este. Mejor panorama climático para pasar una hermosa tarde, imposible. Al llegar al lugar mencionado, vi un panorama de pesca pobre. Uno se da cuenta cuando ve las cañas apoyadas en el piso, los pescadores tomando mate, o charlando con otros pescadores. Si bien ese no era el panorama buscado, la cantidad de gente apostada, hacía que continuara mi marcha.

No tuve que ir muy lejos, pues pasando “la chimenea”, se venía el “cubo del sur”. El cubo del sur es un lugar histórico, ya que se trata de una saliente en la rambla, donde antiguamente se encontraba una defensa de la ciudadela de Montevideo. Actualmente se la reconoce como el cañón, ya que todavía hay un cañón de la época colonial en la explanada del cubo. Pero algo me llamó la atención antes de llegar a dicho lugar. Unos metros antes, sobre la rambla misma había, un pescador solitario que comenzaba a armar sus equipos.  Me pareció una buena oportunidad para pasar un momento junto a otro pescador solitario. Paro mi auto y desciendo con mis equipos e pesca y la infaltable matera.

El hombre vestía una bermuda de gabardina verde militar, una camisa lisa color celeste y unas zapatillas náuticas de cuero marrón. Un atuendo poco usual de ver en los pescadores de Montevideo, pero, pescador al fin.  Se encontraba parado en el cuarto banco de la rambla mientras que yo para no molestar, me fui al quinto banco. Si no había pesca, por lo menos no estábamos tan lejos como para conversar un poco. En definitiva me puse a armar mis equipos como lo hago siempre, pero ésta vez tenía un ojo en lo que hacía yo, y el otro ojo en lo que hacía aquél hombre.  Pues su aspecto me daba cierta intriga.

Al cabo de unos minutos ya tenía armada mi vara de fibra con el viejo Penn 200 de papá. Un plomo de 130 y un anzuelo medianito como para estar preparado a todo.  Efectúo el tiro, pongo la chicharra y dejo la caña apoyada en el muro de la rambla. Entonces me pongo a armar el otro equipo. Bastante similar, al primero, también con un Penn 200, pero ésta vez con un anzuelo un poco más grande, tal vez un 3.0. Me acomodo para efectuar el lance, y veo que el pescador de alado me está observando. Quito la vista del mismo y me concentro en hacer el lance lo más lejos posible, esta vez encarno con cangrejo, tal vez se arrime alguna tambera. Hermoso tiro. Apoyo la caña en el muro, pongo la chicharra y me pongo a ordenar todo el equipo que había quedado desordenado. Al terminar de juntar todo, me paro y me lleve el susto de mi vida. El pescador del otro banco se encontraba parado junto a mí.

-Disculpe que lo moleste sabe que tengo problemas con el reel. No entiendo cómo va colocado.

Traté de no reírme, pero igualmente esbocé una sonrisa. Tomé la caña, el reel rotativo todo de marca Daiwa y se lo ajusté diciéndole.- No hay problema – Saqué la tanza, la pasé por los pasa hilos, le hice el nudo y le coloqué plomo y anzuelo. Tan natural lo hice que no me di cuenta que todo eso no era mío. Muy agradecido por la ayuda, ésta vez quien rió fue él. Me presenté y se retiró. Armé el mate sin perder de vista todos sus movimientos.

Mientras tomaba el mate y controlaba mis equipos cuando  miré de reojo lo que estaba haciendo el otro pescador. Sacó de entre su valija un fino cuchillo metálico, algo que nunca había visto. Cortó la carnada y la colocó muy lentamente en el anzuelo. Sacó un cartoncito que rompió, y de ahí salió la bobina de hilo para atar la carnada. Cuando terminó de atar, sacó de entre sus pertenencias una tijera también metálica de punta fina y muy larga, con la que cortó el hilo y con la que cortó algo más de la carnada. A la distancia no se apreciaba muy bien.  Un segundo después sacó una jeringa y ahí no resistí más. Me acerqué lentamente sin la intención de llegar hasta él. Le estaba inyectando algo a la carnada.

Por mi mente recorrieron cientos de consejos de mi viejo y en ninguna parte me acordaba de algo tan increíble. Pero sin demostrar mucho interés pegué la vuelta.

Mi chicharra sonó y salí corriendo. Deje mate y termo y tomé la caña. Volví a poner el mecanismo en su lugar y tantee la tanza. Volvió a tocar y pegué el aferrón. La caña se clavó y corcoveó y volví a aferrar. Estaba pinchada. Al recoger me di cuenta que si bien algo traía no era de un porte descomunal, pero algo era. Al terminar de recoger la línea, miro por el murallón para abajo y parecía ser una roncadera. Cuando la subí confirmé que así era, aunque debo admitir, que pensé que era más grande por la forma de picar. Era algo así como un "mingo". Orgulloso de mi pesca la tome para sacarle el anzuelo, cuando miré al pescador de alado quien se encontraba mirándome. Le hice seña de de la pieza y sonreí orgulloso de la captura. Me saludó asintiendo con la cabeza y continuó con lo suyo.

 Me dispuse a encarnar nuevamente el anzuelo mientras lo miraba de reojo. Hizo su primer tiro. La plomada cayó a unos 40 metros detrás de la piedras que sobresalían en el agua. Sin mucho apremio  aparentemente conforme con su tiro, pasó la aguja y se sentó a esperar el pique.

Cuando terminé hice el lanzamiento de la caña que había recogido. Mientras la plomada viajaba por el aire y mi vista recorría su vuelo, sonó la otra chicharra. Saqué la vista del plomo para mirar la otra caña, y en ese momento, se me hizo flor de galleta. Mis palabras no se pueden reproducir pues me acordé de toda mi familia, y alguno que otro también. Solté todo y me dediqué al chicharrazo, ya que la otra estaba toda enmarañada. Aferro y pincho otro pez. Al recoger era otro minguito. Mi calentura por la galleta ya había disminuido, pues dos piezas de continuo era mucho pedir.

Mientras tanto mi vecino miraba atento a lo que me estaba sucediendo. Me dispongo a volver a encarnar la segunda caña y a volver a hacer otro buen lanzamiento. Esta vez, la idea era no hacer galleta nuevamente. Y así fue, un tiro perfecto. Dejo la caña nuevamente en el piso y me dispongo a desenredar la galleta que se me había armado. Pero antes un par de mates. A los diez minutos vuelve a sonar la chicharra. Dejo todo tirado en el piso y tenso la línea. Un segundo después la línea se afloja. La vuelvo a tensar y se vuelve a aflojar. Enseguida dije.- Tengo una burra pinchada-. Tenso la línea y recojo con fuerza. Efectivamente algo un poco más pesado era. Después de un rato de lucha, logro sacar una hermosa burriqueta, tan grande que ya tenía dientes. Mi sonrisa se podía ver a lo lejos. Tres tiros, tres piezas. Mi vecino miraba y sonreía. No podía entender si estaba realmente contento o entre dientes me maldecía. 

El sol se ponía y así fue pasando la tarde. Al cabo de una hora tenía siete piezas mientras que mi vecino del quinto banco no había sacado nada. Había logrado desarmar la galleta, y ya tenía las dos cañas nuevamente en el agua, pero el pique parecía haberse detenido. Viendo la quietud que se había gestado, decidí ir a husmear los artículos que me habían llamado la atención del pescador solitario. Y de paso conversar un poco. Cuando me acerqué volvía ver lo que antes no había visto con exactitud. Efectivamente tenía una jeringa, un cuchillito tipo bisturí y unas pinzas como las de un médico cuando tiene que operar. Evitando ser tan obvio, simplemente pregunté.- ¿Y no pica nada?- Para qué pregunté. La caña pegó un tirón que casi se le escapa de las manos. No tuvo tiempo ni de contestarme. Simplemente aferró y la caña volvió a tirar en un juego de ver quién era el más fuerte. Viendo la situación tan de cerca solo me vino la idea de ayudarlo con un consejo.- Ponle la estrella.- a lo que me contestó.- ¿La qué?

Mi expresión lo dijo todo. En vez de repetir la frase simplemente le tomé el reel y le giré la estrella. En ese momento la tanza aflojó la tensión y la lucha se hizo menos violenta. Y le comenté,- Cuando el animal de abajo tire, el animal de arriba afloja. Me aparté y lo dejé pelar contra la pieza, la que parecía ser de buen porte. Mi temor era que la perdiera por no saber trabajarla. Pero en el fondo sabía que no debía entrometerme. Unos veinte minutos tardó la lucha hasta que el pez afloró sobre la ola que rompía suavemente sobre la piedra. Cansado el hombre no sabía que debía hacer. Me miró como buscando ayuda y yo, simplemente le dije.- Tranquilo,  que yo bajo a buscarla.-

A esa altura de la rambla hay una escalera que conduce a unas piedras que en días de bajante son de fácil acceso. Pero hoy estaban bastante tapadas por la pleamar de ese momento. Entonces caminé por el escalón que recorre la parte inferior de la muralla y llegué a tomar la tanza que se perdía en el agua. Comencé a tirar con la mano y al fin apreció la presa. Era una hermosa corvina blanca de no menos de cinco kilos. Me agaché le metí los dedos en las branquias, cosa que no se escapara, y subí nuevamente las escaleras. El asombro de aquél pescador fue tan grande como el mío cuando vi aquella pieza que hacía años no veía por ahí.  Le dejé la corvina frente a sus pies y me retiré dándole mis felicitaciones. Pero la emoción era tan grande que soltó la caña y me abrazó. – Gracias, gracias.- Me decía mientras miraba su presa.

Tomó la tanza para desprenderla del anzuelo y la corvina se sacudió. Roncaba fuertemente, producto de las contracciones que produce sus músculos contra la vejiga natatoria. Menudo susto se llevó y la soltó en el suelo. Intentó nuevamente la maniobra y el bicho volvió a sacudirse. Era una situación poco frecuente y lo primero que pensé era que no sabía cómo desprenderla del anzuelo. En ese momento me mira nuevamente y me dice.- ¿No se anima sacarla del anzuelo?- Como no. ¿Sabe Ud. Sacarla o le enseño? Pregunté atónito con lo que me pedía, cuando me responde.

- En realidad no puedo sacarla. Contestó aquél hombre.

 Con una respuesta así no pude mirarlo fijamente a los ojos, pues me pareció una respuesta absurda. Al parecer mi cara fue muy obvia ya que me contestó.

-Soy  médico cirujano y no puedo pincharme las manos. Pues mañana entro de guardia y debo tenerlas sanas. Si me lastimo las manos tratando de maniobrar el pez, no me dejarán operar. De chico aprendí a pescar con  mi papá quien hace unos días falleció, es por eso que hoy estoy acá, para recordar los momentos vividos con él y vivir un poco de lo que me he perdido. Hace muchos años que dejé la pesca debido a la profesión que tengo.

Dicho esto, desprendí la corvina y me retiré en silencio total, siendo muy agradecido por la ayuda. Tomé mi mate y termo y me senté a disfrutar de los bellos colores que nos otorgaba el ocaso en noviembre. Mientras tanto mi mente reflexionaba las palabras de aquél pescador.

A veces uno se cuestiona si ir a pescar solo o acompañado. A veces uno simplemente no va a pescar porque está cansado o porque llueve o hace frío. Después de ese día me sentí muy afortunado de poder ir a pescar cuando lo hago y jamás volví a cuestionarme el porqué  a veces, tengo escusas para no salir de pesca. 

Mi sorpresa no acabaría ahí. A modo de agradecimento por la atención obtenida  y por el momomento que pasó, cuando el pescador se fue me dejó la corvina. Tampoco podía limpiarla, ni tenía quien lo hiciera. Un instante después se retiró

Si uno piensa que al ir a pescar, cree que ha visto todo, se equivoca. La pesca suele ser totalmente impredecible,  dentro del agua, como fuera de ella.