El susto.

31.03.2012 08:36

 

El Susto.

Como muchos de nosotros, Rodrigo era un chico amante de la pesca. Proveniente de una familia humilde. Aprendió a pescar con los implementos más sencillos y rudimentarios que se encontraban dentro de sus posibilidades económicas. Su padrino que también era tío, era quien lo había incursionado en tan paciente actividad. Le había enseñado a  preparar sus equipos, a tallar sus boyas con una corta-pluma, a tejer una red, o simplemente como hacer diferentes nudos marineros.  Pues el padrino,  fue un hombre de alta mar.

La caña de flor de Rodrigo, era una tacuara que él mismo había cortado, enderezado y curado. Su equipo principal era un aparejo hecho con una lata, y de plomo usaba tuercas o bujías que conseguía en un taller mecánico. Los días de mucha bajante Rodrigo salía a buscar plomos que quedaban entre las rocas, y eran las únicas plomadas que conocía.  La humildad del chico era tan grande que cuando hacía algún mandado, pedía si se podía quedar con las monedas, las cuales juntaba en una latita, para comprar anzuelos y tanza nueva.

Como todo chico, soñaba con tener algún día un equipo moderno. Cada vez que tenía que pedir un deseo, Rodrigo deseaba lo mismo. Y cuando iba a la única casa de pesca del pueblo, se quedaba horas mirando las cañas de fibra y los reeles más nuevos. Ya se sabía hasta las marcas y modelos de cada uno que habían traído.

Las salidas de pesca para el pequeño Ro, eran muy esporádicas, ya que aparte de ir al liceo, colaboraba con las tareas de la casa. Ayudaba a su abuela y a sus hermanos, hacía los deberes y los mandados. Cuando sobraba un poco de tiempo salía a jugar a la pelota con sus amigos; su otra pasión. Pero cuando la cosa no alcanzaba para un picadito, aprovechaba para ir a tirar unas líneas en la playa.

Así fuera verano o invierno, Rodrigo muy rara vez regresaba  con las manos vacías. Sus pescas siempre aportaban alimento para la familia. Al llegar a su casa, limpiaba los pescados y se los dejaba en la cocina a su abuela prontos para preparar.

Un día el pequeño muchacho salió a pescar como de costumbre. Bajó en su bicicleta con su bolsito de tela atado a la parrilla. En la mano derecha, el parejo pronto para tirar y en la izquierda apretaba el freno para detenerse. Al llegar a la playita, acomodó la bicicleta contra un árbol y salió corriendo despavorido para hacer su primer lance. Al cabo de una hora ya había cobrado seis piezas y estaba atento a más, pero un barullo lo distrajo; y en ese momento tuvo un pique, aferró, pero le erró y la séptima pieza se le escapó. Volvió a mirar sobre su hombro y volvió a sentir como si alguien lo estuviera observando. Entonces comenzó a recoger su aparejo. Juntó los pescados y cuando trataba de meter todo de forma apresurada en su bolso, aparecieron los chicos malos del barrio.

Se trataba de un grupo de muchachos ya conocidos. Tres eran mayores, Mauricio, Nick y Pablo, un par de la misma edad, Alan y Carlos, otro un poco menor, Mateo. Trató de tomar su bicicleta e intentó escapar, pero estos se apresuraron y le cortaron el paso. Sin levantar la vista intentó tomar por otro lado, pero le volvieron a cortar el paso. Entonces simplemente se quedó quieto, esperando a ver qué reacción tomaban.

Se trataba de los revoltosos de siempre. Un trío que se dedicaba a hacer maldades, y molestaban a todos los que podían. Los otros tres se les unían, obligados a satisfacer los mandados de los grandes, sin más opción que la de cumplir los pedidos,  se volvían tan malvados como los tres mayores. Se consideraban intocables, y por lo tanto le hacían frente a todos los chicos del barrio. Rodrigo, era una víctima más, y como no le gustaba la violencia no se defendía.  

Nick  tomó las cosas de su bolso, tiró todo al piso,  y junto con Alan y Pablo comenzaron a patear la lata que utilizaba de aparejo, como si fuera una pelota de fútbol. La tanza comenzó a enredarse y como les molestaba, la cortaron con un cuchillo, quedando esparcida en pedazos. Lo peces que Rodrigo había pescado se los llevó Mauricio, dejándolo totalmente despojado de  sus pertenencias. Lo único que le quedó fue el bolso, el cual, le habían rasgado y tirado junto a su bicicleta. Por suerte no había recibido daños físicos, pero su ánimo había quedado por el piso. Lo poco que tenía, lo había perdido todo.

Así marcho a su casa, llorando por haber perdido lo que más amaba; sus cosas de pesca. Al llegar, trató  que lo sucedido no fuera un problema para la familia. Se secó las lágrimas y eludió a todos sin causar preocupación. Su padrino quien lo había ido a visitar supo que algo no estaba bien, y en determinado momento lo llamo para hablar. Un rato después aparecieron y la expresión del pequeño Ro  ya no era la misma. Algo mágico parecía haber sucedido entre el chico y su tío, pero todo quedó en secreto.

A la semana siguiente cuando Rodrigo se encontraba en el  almacén del barrio, se  volvió a encontrar con el trío perverso. Pero ésta vez se escondió para evitar ser atormentado nuevamente. Mientras pasaban cerca de él, escuchó lo que Nick y Pablo estaban tramando. Una vez que se fueron salió corriendo a la casa de su tío a contarle lo sucedido.

El trío de malhechores planeaba atacar la playa nuevamente, y hostigar a aquellos quienes se encontraran en ella. Pero al parecer Rodrigo y su tío tenían algo preparado.

 Al caer el sol, Rodrigo como es costumbre, le pidió permiso a su abuela  para ir a pescar, solo que ésta vez, iba a la encandilada en compañía de su tío. Tomó su bicicleta, un balde, el calderín y salió raudamente por la calle empedrada  más corta a la playa. Ahí lo esperaba su cómplice con un farol a mantilla y una bolsa de arpillera. Al principio se preguntó para qué era, pero prefirió esperar la sorpresa.

Tomaron por un atajo y salieron más delante de lo normal. El sol ya se había ocultado y la última luz diurna los ayudaba a prepararse para la noche. De la bolsa, el padrino sacó un montón de trapos viejos y otros implementos. Parecían tiras de sábanas viejas y harapos de todo tipo. El ahijado no se contuvo más y le preguntó, para qué eran. Pero simplemente le contestó; que ya vería.

Lo primero fue prender el farol a mantilla. Le ató el calderín en su espalda con el copo por encima de su cabeza. Después comenzó a colocarle los trapos al chico en todo el cuerpo desde los pies hasta por encima del calderín y le dio una linterna para alumbrar el camino. Al culminar con las vestiduras, era lo más parecido a una momia, deforme y cabezuda. El tío también se llenó de trapos y se agregó una máscara de madera que poseía de unos de sus viajes como marino. Una vez terminado los disfraces, idearon un plan.

Y así comenzaron a caminar lentamente por la playa en busca de los revoltosos del barrio. Un instante después los encontraron. Estaban haciendo un fogón en plena playa, quemando todo lo que encontraban a su paso.

Entonces Rodrigo recibió la orden, que se posicionara del otro lado de donde ellos se encontraban.

Una vez prontos,  el  primero en llamar su atención fue el tío con unas cadenas que había llevado. De inmediato, Mateo y Alan se pararon a escuchar algo que no habían hecho ellos. Un rato después volvió a hacer ruido con la cadena, acompañado de un sonido extraño. Como un aullido cortado. Esta vez llamó la atención de todos, e hizo que se pararan para ver si algo andaba cerca. Del otro lado, el pequeño Ro tenía órdenes de hacer ruido con unas ramas entre los pajonales. Y así lo hizo. Enseguida se volvieron para mirar del otro lado, oportunidad que el tío tomó, para  acercarse lentamente por entre los médanos. Los revoltosos quedaron duros por un instante pero como todo se había quedado quieto siguieron agregando leña al fuego y divirtiéndose. De todos modos comenzaban a mirar de reojo a su alrededor.

El tío aprovechó para destapar el farol a mantilla y con él comenzó a jugar. Desde el fogón Carlos divisó la luz, pero ésta desapareció. Esta vez Carlos y Mateo se alarmaron nuevamente pero los demás no la habían visto; había sido muy astuto y  la tapó nuevamente. El más chico se asustó y dio la alarma. En vista de lo sucedido, Mauricio dio la orden a Carlos que fuera a investigar. Al principio se negó, pero entre todos lo obligaron a ir. Así fue, que el primero comenzó a caminar en dirección a donde habían visto la luz. Sin saber que el tío le tenía una sorpresa. Lentamente se fue acercando y al pasar a un metro de él, lo tomó de una pierna y le mostró su disfraz horrendo. El susto fue tan grande que simplemente se desmayó. En medio de toda esa oscuridad nadie vio exactamente qué pasaba, pero Carlos desapareció en la oscuridad. Desde el fogón le gritaron pero nadie respondió. Entonces era hora de que Rodrigo comenzara a actuar. Primero hizo ruido desde el otro lado, para distraer su atención y después corrió entre los pajonales con linterna colgada en el cuello. Otro de los mayores dio la orden de investigar qué era eso, mientras seguían gritando el nombre del primero. Esta vez  el que iba a investigar era Pablo.

El susto  ya había acaparado a los otros dos chicos, pero los dos más grandes seguían insistiendo que se trataba de una broma. Comenzaron a amenazar a los gritos con represalias si no se hacían presentes. Y  dicho esto el padrino comenzó a hacerse notar.

El monstruo lanzó un aullido y les dijo palabras sin sentido. Comenzó a caminar por ente los pastos, medio encorvado, con un brazo caído y en el otro llevaba el farol a mantilla que le daba una luz tenue. Del otro lado Rodrigo se puso la linterna frente a su cara, la cual le daba una imagen fantasmagórica, y comenzó a caminar directo al fogón. Alan y Mateo pegaron un alarido y salieron corriendo despavoridos. Pablo que había arrancado en dirección a al chico, comenzó a recular. Mauricio y Nick se asustaron pero resistieron hasta estar seguros que lo que veían era cierto. Esa cosa se estaba acercando cada vez más. El padrino dejó el farol en el piso, se paró e hizo un movimiento con la cadena y dio otro aullido nuevamente. Rodrigo en cambio seguía caminando de forma extraña y chillaba tan  agudo que se taparon los oídos.  Pablo no se contuvo más y salió corriendo detrás de Alan y Mateo.

A pocos metro de los últimos dos, Rodrigo y su padrino arremetieron contra los que quedaban. Al acercarse al fogón, pudieron divisar los monstruos que los estaban atacando. Sin dudar más de lo que estaba sucediendo, salieron corriendo  de tal manera que chocaban entre sí y se caían.

En el fogón no había quedado ninguno. Padrino y ahijado se miraron por un instante y trataron de escuchar los gritos que seguían emitiendo a lo lejos. Un segundo después ambos se echaron a reír. Pensaron que estaban solos, pero Carlos estaba volviendo al fogón después del desmayo. Mientras se refregaba los ojos, levantó la cabeza y vio a plena luz del fuego a los monstruos que lo atacaron. Entonces Carlos volvió a desmayarse nuevamente. Al ver tal actitud Rodrigo y su padrino simplemente siguieron riendo.

La historia trascendió en el barrio por mucho tiempo, hasta el punto en habían apodado a la playa, como, “La playa de los muertos vivos”.

En el mes de marzo, el día del cumpleaños de Rodrigo todavía se miraba con su padrino/ tío, y se reían de aquella historia. Pero el padrino le quitaría toda sonrisa por un largo tiempo. Como regalo de cumpleaños, había traído una caja y una caña de dos tramos. Los ojos de del pequeño comenzaron a lagrimear, pues parecía que por fin iba a tener una caña. Lo abrazó fuertemente por el regalo y comenzó a romper el envoltorio. Al ver lo que ya se imaginaba lo volvió a abrazar. De cualquier manera miraba la caja de reojo, pues le intrigaba saber si la caja también era para él. Su tío levantó del piso la caja y también se la entregó, diciéndole  que se lo merecía y se lo había ganado. Rodrigo no salía de su asombro y deseaba con todo su corazón que fuera lo que siempre quiso. Se sentó en el piso, cortó el hilo que  ataba la caja y la abrió precipitadamente. Al ver el contenido la abrazó y se puso a llorar. Su tía preocupada quiso socorrerlo pero se detuvo sola.

Se levantó del piso y fue nuevamente hasta el padrino corriendo para abrazarla y para agradecerle lo que había adentro. Su abuela husmeó el contenido y se puso a llorar también. Dentro de la caja había lo que Rodrigo siempre soñó; una valija completa y un reel en su caja.

Y desde ese día comenzó a pescar como todo un profesional. Pero para Rodrigo lo más hermoso era poder disfrutar de tan linda pasión y de tan lindos regalos, sin ser molestado nunca más.