"De pesquería" 2ª parte.

31.03.2012 08:35

 

Qué batalla tan descomunal. Qué experiencia tan fascinante la que había tenido con aquél pez. Mi corazón palpitaba fuertemente y el sudor corría lentamente por la espalda. Para mí, era algo que jamás se volvería a repetir. Pero Martín me alentaba a intentarlo al día siguiente. Nos dimos un fuerte abrazo de camaradería, cuando mi vista se fijó en el horizonte. Una delgada línea de luz tenue naranja quedaba entre las nubes y la tierra que se encontraba a kilómetros de distancia. Otra imagen  para el recuerdo. Mi compadre me palmeaba la espalda tratando de darme ánimo, pero yo irradiaba alegría de haber vivido lo que viví, aunque reconozco que mi ánimo se encontraba por el piso. De cualquier manera ya no me quedaban ni ganas ni fuerzas para intentar sacar algo más así que decidimos levantar todo e ir a descansar un poco antes de la cena.

Antes de retirarnos, volví a mirar la laguna como tentando al pez a que lo hiciera nuevamente. Pero en vez de eso, algo que antes no estaba en el horizonte, me llamó la atención.  La elegante línea naranja del horizonte, comenzaba a cortarse de forma vertical. Enseguida me di cuenta que solo un hacho natural ocurre verticalmente, la lluvia. Paré por un segundo para corroborar lo que estaba viendo, cundo Martín vio lo mismo que yo. Ambos sin decir una palabra apuramos a los chicos a llegar al campamento. Nuestras esposas no entendían qué era lo que pasaba, ni por qué corríamos tan deprisa. Solo pude decir.- Métanse rápido que se viene una tormenta. La verdad era que no sabíamos su dirección ni su intensidad, pero daba toda la impresión de que venía hacia nosotros.

Mientras acomodábamos el campamento para enfrentar la tormenta en caso de que viniera hacia nosotros, pudimos ver  como detrás del otro monte de eucaliptus comenzaba a aparecer una nube extraña con un borde blanco. Esa nube era sinónimo de viento. Lo que venía detrás era una cortina de agua que jamás olvidaríamos.

Amarre la carpa con toda mi fuerza. Tensé un poco más el toldo y pude tapar el fuego con una  del as puertas de la Combi que se encontraba tirada. Le grité a Martín que se metieran rápido y que si tenían problemas se metieran en la camioneta o en alguno de los autos.  Cayeron las primeras gotas y una impactó detrás  de mi oreja; me pegó tan fuerte que entendí claramente  la magnitud del aguacero. Entonces sentí que la carpa iglú que había llevado, no resistiría. Le dije a mi esposa que dejara la carpa y se metiera en la combi lo más rápido posible. Y así fue. El pánico comenzó cuando una rama de un eucaliptus se rompió y cayó cerca de la carpa en la que se encontraban los chicos. Los rayos y truenos se hicieron sentir de forma estrepitosa. El epicentro de la tormenta se acercaba y ya se podían sentir la furia.

La lluvia se hizo cada vez más intensa hasta el punto de no ver la otra carpa. En mi interior una tormenta no era problema, pero cuando se va de campamento con mujeres y niños, lo primero en lo que piensas es en la seguridad de los seres queridos.

 La paleta de cordero se mantenía seca y el fuego era pobre, pero resistía la tempestad.  Otro rayo, y otro trueno, ésta vez más fuerte y más cerca uno del otro. Un enorme árbol se quebró con el viento y cayó al otro lado del monte. En ese momento me preocupé por los demás, y grité.- Agárrense que  la tormenta va a pasar por encima de nosotros. Mi viejo me había enseñado, que a su vez su abuelo le había enseñado, que entre un relámpago, (la parte visual de luz) y el trueno (la parte sonora) hay que contar de a uno como si fueran segundos. Dependiendo del viento y la dirección de la tormenta, el tiempo que uno cuenta, es la distancia a la uno se encuentra del epicentro de la tormenta. Y según mis cálculos mi cuenta a esa altura  era de tres segundos.

Entonces sucedió lo que me temía. Un relámpago iluminó el cielo, y como en un solo movimiento, el rayo hizo contacto con la tierra. El impacto fue tan impresionante que nos hizo estremecer.  La fuerza de la onda que emitió movió todo lo que estaba alrededor nuestro. No tuve  tiempo de contar ni hasta uno. Los chicos gritaron del susto. Mi señora me abrazó como si el mundo se fuera a terminar en ese mismo instante. Yo solamente la abracé también.

Varias  imágenes vinieron a mi mente, y recordé mi vida en un segundo. Jamás me había sentido tan vulnerable ni tan insignificante. Todos los recuerdos de mi casamiento, la pesca, la hermosa niñez que tuve, o los padres y hermanos que me estaban esperando, pasaron por mí mente.

La lluvia no dejaba de caer de forma estrepitosa. Entonces vino otro relámpago. Comencé a contar, uno, dos, tres, cuatro, cinco, brummmmmm. Respiré profundamente y pensé; la tormenta  había pasado y se encaminaba a dejarnos. Pero la lluvia no paraba, y un ruido extraño comenzaba a sonar cerca de nosotros. Lo primero que pensé, fue; ¿Qué más podía salir mal?

La laguna tenía unos desagües para que al llenarse en determinado punto comenzara a desagotar el nivel del agua. Pero los las tuberías que eran enormes  estaban aparentemente tapados o cerradas. Entonces comenzó a desbordarse por la parte más alta y en el camino nos encontrábamos nosotros.

El agua comenzó a correr por debajo de la camioneta. Comenzó a llenar la carpa donde nos debíamos quedar, que hasta ese momento había soportado el embate de la lluvia Pero  no estaba preparada para soportar, un manto de agua, que cada vez se hacía más fuerte. El fuego se había extinguido, pero no había tocado la comida que se encontraba sobre la parrilla. Al cabo de un rato escuchamos los gritos. La carpa de Martín comenzaba a llenarse de agua también. Pregunté qué pasaba, pero no respondieron. Me tapé con una lona, me descalcé y crucé hasta la toldería de los chicos. El agua había invadido la carpa y todos tenían los pies mojados. Entonces les dije que debían ir hasta los autos, donde por lo menos no se iban a mojar más. Uno a uno los fui llevando hasta que todos quedamos secos y a salvo. Ya estábamos seguros de la tormenta y del agua. Al cabo de un rato la lluvia comenzó a cesar. Tan rápido como había venido, nos estaba dejando. Volví por la pierna de cordero y las galletas de campaña que se encontraban secas en la cajuela. A esa altura ya era  media noche, y la cena se hizo de forma improvisada. Pues la idea era sacarse el hambre y el frío.

Pasado el temporal pudimos salir y ver que todo estaba mojado. No teníamos más opción que pasar la noche en los autos. El mal humor era generalizado. Los chicos todavía tenían frío, pero también les estaba entrando el sueño. Opté por ordenar el campamento, aunque sea un poco, mientras el resto descansaban muy incómodamente en los asientos de los autos. Tampoco había mucho lugar para todos. Así que lo mejor fue sacarse el frío poniendo orden. Cuando terminé era como la una de la madrugada.

 Todos se encontraban durmiendo. La noche estaba estrellada y el viento había parado. Las opciones eran acostarme o volver a probar suerte a la laguna, y aproveché la oportunidad para hacer unos tiros. Encarnando con las mojarras que los chicos habían sacado en la tarde, solamente saqué unas palometas o pirañas, y un bagre negro pero todo lo devolví al agua. Cuando el sueño me venció me fui a dormir a la Combi.

A la mañana siguiente el sol brillaba entre algunas nubes. Todos se habían levantado temprano, y yo que me había acostado tarde, lo hice a media mañana. De día el panorama era peor de lo que habíamos visto de noche. Tal es el punto que cuando me desperté todos juntaban las cosas, pues habían decidido volver. Uno de los chicos estaba haciendo un poco de fiebre y Claudio no tenía su medicación. El papá de Martín, era una persona mayor y no estaba para soportar otra noche de esas, y las mujeres no decían palabra alguna. Opté por juntar las cosas como todo hacían sin decir nada.

Cuando tuvimos todo armado partimos de regreso.

Al intentar salir ya tuvimos el primer problema. El suelo donde se encontraban los autos estaba resbaloso y si uno pisaba fuertemente el acelerador comenzaba a patinar en al barro. La idea que plantee era trabajarlo lentamente sin marcar la huella y buscando tracción en los pastos altos,  buscando lo suficiente como para salir de la loma en que estaban. Nadie me entendió. Entonces pedí permiso para hacer la maniobra en cada uno de los autos. Así fue que primero saqué el Ford Corcel del 74” de Otto, dejándolo en suelo firme,  y bajé por el Chevette del 81”de Martín con su tráiler. Efectué la misma maniobra y lo llevé hasta donde se encontraba el otro. El paso siguiente era sacarlo por la misma taipa por la que habíamos venido, pero la misma se encontraba abnegada de agua, y por lo que pudimos ver, de  firme no tenía nada. Mi esposa y los chicos comenzaron tomaron la decisión de cruzar caminando; nosotros intentaríamos cruzar los autos.

Tomé impulso y aceleré paulatinamente. Enseguida comenzó a patinar, pero no le aflojé. No mantenía el pie afondo, por miedo a que se enterrara. La dirección me hizo de timón mientras el auto cabeceaba de un lado al otro. Cuando se me escoraba, tiraba el volante en sentido contrario, y cuando se enderezaba, era momento de comenzar a tirar el volante hacia el otro lado, pues sabía que se me iba a ir a la otra punta. Un par de veces golpee contra el borde y pude ver el barranco que me esperaba si le erraba a la maniobra, pero zafé. Ahora le tocaba al Chevette. . Lo primero que hice fue sacar el tráiler, pues enganchado atrás solo me daría problemas. Y arranqué. Más o menos de la misma forma lo crucé hasta el otro lado. Volví por el tráiler el cual lo tuvimos que cruzar entre todos, como mulas de tiro.

Al llegar a la portera solo faltaba el camino hasta el casco de la estancia, en el cual estaban los chicos esperando. Enganchamos el tráiler y continuamos el viaje hasta la vieja casona, donde paramos a descansar después de tanto esfuerzo. Ya era media tarde y pretendíamos llegar a la ciudad lo antes posible.

Nos quedaba el trayecto hasta la portera de entrada y estaríamos a salvo. Todos adentro y arrancamos por el sendero de salida. Nuevamente las vacas se acercaron a mirar, y nosotros a ellas. Entonces paramos abruptamente. Descendimos todos y contemplamos el mayor de todos nuestros problemas.

La cañada que cruzamos cuando entramos, y que medía menos de medio metro, ahora era un río descontrolado de dos metros de profundidad. Al parecer la tormenta  había caído en todas partes y el agua que cayó había sido de tal magnitud como para formar un río donde no lo había.

Perplejos de la situación, dieron ganas de llorar. Lo que el día anterior era un hilo de agua insignificante, ahora era un torrente  desmedido que nos impedía continuar con el viaje. Me miraron a mí, como buscando una explicación, o algo que les diera esperanza. En cambio, encontraron la misma cara de amargura que ellos tenían.  Lo primero que hice fue tantear la fuerza y la profundidad. Y la conclusión era que no cruzaríamos hasta que no bajara el nivel del agua por lo menos un metro. La incertidumbre se presentó  en saber cuándo sucedería eso.

No podía calcular cuando bajaría el agua. Solo dije que debíamos esperar, pero que no sabía hasta cuándo. Nos resignamos a quedarnos en los autos, en recorrer la zona y tratar de contactarnos con alguien. Dos horas después aparecieron dos paisanos a caballo. Pero del otro lado de la orilla. Entre gritos y ademanes les comunicamos de nuestra situación y si nos podían conseguir ayuda. No prometieron nada, pero dijeron que harían lo posible. Se estaba haciendo la noche y la ayuda no aparecía. Hicimos un fuego para calentar la comida que en ese momento solo quedaban unos chorizos y galleta de campaña. Para medir el nivel  del agua íbamos poniendo piedras que marcaran la orilla, pero la bajante era muy lenta. Parecía que nos quedaríamos otra noche en los autos.

Quedaba poca luz cuando pudimos hacer contacto con la ciudad de Artigas. Avisamos de la situación, y nos dijeron que esperáramos a ser contactados.  La noche estaba cayendo y el agua apenas se había retirado. Lo peor era que una nueva tormenta eléctrica se asomaba a nuestras espaldas. Temíamos que si seguía lloviendo el cauce de la cañada en vez de bajar, siguiera creciendo. Una hora después comenzó a llover de nuevo. No era una lluvia como la de la noche anterior pero no queríamos que siguiera lloviendo.

La noche apenas comenzaba y ya estábamos incómodos en el auto. La lluvia caía sin cesar y no nos dejaba bajar las ventanillas para respirar aire fresco. Entonces pudimos divisar un par de luces. Las luces habían desaparecido detrás de una loma que nos impedía ver el camino, por lo que pensamos que seguirían de largo. Entonces vimos que venían hacia nosotros.  Del otro lado del camino pararon dos vehículos, y bajaron cuatro personas las cuales nos hacían señas. Bajamos con Martín en medio de una lluvia fina pero intensa. Pudimos entablar comunicación en medio del ruido que producían las fuertes aguas que bajaban sin cesar. Se trataban de los oficiales de policía de la estación más cercana, que como suele suceder en éste país eran padres de un amigo de Martín. El resultado era increíble, pues se dieron cuenta que en los vehículos en que habían venido, no nos podían sacar.  La solución era seguir esperando a que bajara el nivel del agua y volverían a la mañana  en busca de un nuevo intento. Dada la situación de los chicos, si eso no resultaba había que darle parte al ejército.

En mi mente no cabía motivo para que una simple pesquería terminara en manos del ejército. Como era posible que de pasar unos días en el campo a orillas de una laguna, se pudiera transformar en un rescate por helicóptero. Algo inverosímil para cualquier pescador, pero al parecer era lo que sucedería si no dejaba de llover. Ya era la media noche y la lluvia no paraba de caer, si bien no era abundante, no nos dejaba de bajar de los autos por el momento. Lo más rescatable de la noche fue el hermoso espectáculo de relámpagos y rayos que nos dejó la tormenta mientras se retiraba.  Entrada la madrugada decidí bajar del auto pues ya no encontraba acomodo. Los mosquitos no nos habían dado tregua, sumado a la falta de aire fresco y los asientos donde tratamos de dormir; debo decir que no pegué un ojo en toda la noche.

 Antes que comenzara a  aclarar el día, ya tenía encendido el fuego, y la caldera para el mate con agua de la cañada, se calentaba a fuego vivo. No teníamos más provisiones y nada para desayunar. El baño era lo más improvisado posible ya que tampoco habían árboles cerca. A esa altura ya nada más podía salir mal. Mi espalda me estaba matando del dolor, mi estomago me decía que era hora de comer algo, y mis pies mojados no aguantaban otro día como ese. Pero de algo estaba seguro y era que ese momento no se iba a repetir más en la vida y decidí sentarme en la orilla de la cañada, a tomar mate, en una roca que sobresalía, y a contemplar el paisaje, mientras esperaba la ayuda.

Uno a uno se fueron despertando. La cara de cada uno expresaba la misma sensación de dolor y de ira por el momento pasado. Las palabras brillaron por su ausencia. Cada buen día que escuchaba era como un ladrido. Comencé a compartir el mate entre todo pues no había otra cosa; la idea era ir cambiando de a poco el humor. Pero el ánimo habría de cambiar en poco  tiempo.

Se sintieron unos motores a lo lejos, parecían ser lo que deseábamos escuchar. Un rato después pudimos divisar un par de vehículos entrar por el camino de la estancia. En dos “Mahindras” de la policía que se asomaban a toda velocidad. Y entonces estalló la algarabía.  No pudimos contener la alegría de ver que venían a rescatarnos.

Por fin, toda la odisea terminaría con un final feliz. Por fin, volveríamos a casa, sanos y  a salvo. Por fin podría dormir en una cama calentita, darme un baño caliente y comer algo rico.

Una vez que cruzamos, paré un instante y miré hacia atrás. Volví a recapitular todo lo sucedido desde el primer momento en que había decidido salir de pesquería, y mi pensamiento fue uno solo. Dar gracias a la vida por haberme puesto una piedra enorme y muy difícil de sortear; y dar gracias por haberme dejado pasarla, para poder contarlo.